«En cuatro minutos, un tren de barro y fango se llevó dos casas de Ibias»

La memoria es el mayor peligro que tienen las inundaciones: vecinos, constructores y ayuntamientos aprueban edificaciones ignorando que esa zona fue escenario de una inundación que nadie recuerda, pero que la naturaleza repetirá. Los geólogos aseguran que en cualquier momento Asturias podría asistir a un suceso como el acaecido en Bilbao en agosto de 1983, cuando una avenida tranquila registró una crecida como las que ya había protagonizado hacía unos siglos. El saldo de las inundaciones en la zona baja del Nervión fue de 36 personas muertas y daños materiales valorados entre 2.000 y 3.000 millones.
Este tipo de catástrofes puede reproducirse en las cuencas mineras y en la mitad norte de la región, las principales zonas de vega de la geografía asturiana. Los desbordes en estos relieves son los menos dañinos porque desde que la tromba cae en la cabecera del río hasta que llega a la vega pasa un tiempo prudencial, que permite anticiparse. Los daños materiales no pueden evitarse tanto, pero sí las víctimas.
Mayor riesgo entrañan las aguas de los ríos cortos y encajonados entre las montañas. «Cuando ahí cae una tormenta, en muy pocos minutos se forma un gran torrente que arrastra muchos materiales a gran velocidad», ilustra Jorge Marquínez. El fenómeno lo conocen bien en San Antolín de Ibias. A finales de agosto de 2001 una tormenta que repartió 2.900 rayos en la región dejó allí su peor factura. «En cuatro minutos, se formó un tren de barro y fango que se llevó por delante dos casas», recuerda el presidente de la CHC. «Ante eso sólo queda un remedio: prevenir el lugar de consrucción», advierte Marquínez.
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